Jheronimus Bosch El Bosco (1450-1516) pintó hacia finales del siglo XV el famoso cuadro Tríptico de las Delicias, que actualmente se conserva en el Museo del Prado. La tercera tabla del mismo, tabla derecha, titulada Infierno musical, proporciona la imagen inicial por la cual escribí este concierto para guitarra.

La pintura de El Bosco mantiene una gran carga moral, suele tratar sobre la locura humana, el sufrimiento de los justos, el pecado y el castigo, y, por tanto, del eterno conflicto entre el bien y el mal. El Infierno musical muestra la destrucción del mundo por el fuego con unas fantásticas e increíbles imágenes, propias de una pesadilla, en las que el diablo pulula por indescriptibles escenas tragando y mutilando seres humanos.

Pero mi interés en El Bosco no es por motivos ideológicos, que me pillan bastante lejos, sino por razones emocionales y plásticas:

Por un lado, el bestiario del cuadro, su escenografía, sus personajes y las situaciones mágicas que lo envuelven cautivan mi atención. Me resulta inevitable seguir mirando en tanto que estoy en presencia de la pintura. Es un mundo muy atractivo.

Por otro, está su construcción casi sinfónica, en el sentido de que es un cuadro de largo recorrido en el que se suceden motivos variados, transiciones, episodios, escenas y otras situaciones de interés, armonizados o no, con superposición de diferentes planos o sobre el oscuro como fondo, a solo o en polifonía. Parece una estructura incluso concertística, conducida por una dialéctica de diálogo entre la presencia de Satanás y el resto de los personajes que ilustra la tabla.

Estas dos cosas me han debido influir, motivando la escritura de Páramos del Infierno de El Bosco. Páramos alude al paisaje sobre el que se construye toda la escena del pintor, que es pardo y oscuro, quemado por el fuego, y también se refiere a un determinado estado del ánimo.